CONTRASTES URBANOS

¿Qué no fotografió Manuel H.?

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

 

Manuel H, en acción.

Fotografía tomada de Eltiempo.com

 

 

¿Qué cosa o a qué personaje de la historia capitalina no fotografió Manuel H. Rodríguez? ¿Qué político o famoso no pasó por su lente y sus estudios de revelado? El infalible lente de Manuel H. retrató con detalle momentos de la historia que han trascendido en la mente de los colombianos. Con la muerte del querido Manuel H. en septiembre de este año, miles de negativos y fotografías quedaron para la historia en un detallado archivo que reposa en los estudios con su mismo nombre y que sin dudas, lo inmortalizará. Más de sesenta años de una intachable labor fotográfica dejaron un invaluable legado a la memoria colectiva. A donde Manuel H. llegó, impactó con su sencillez y su carisma.

 

Manuel H. llegó al oficio de la fotografía por “carambola”. Él mismo afirmó que empezó “no como analfabeta, sino como principiante”. Con una “Rollei Flex” aferrada al cuello y con las precariedades de la época, inició en la reportería gráfica a comienzos de la década del cuarenta. Bogotá para ese entonces, era una silenciosa y fría ciudad que no pasaba los 300.000 habitantes por la que Manuel H. caminaba implacablemente buscando con ansia un acontecimiento para fotografiar. De ser un fotógrafo desconocido, pasó a distinguirse por sus primeras labores al captar con su lente de manera singular al popular torero ‘Manolete’. En 1945 exactamente, Manuel H. inició su carrera como reportero gráfico.

 

Desde la época del torero ‘Manolete’, hasta hace algunos meses cuando el lente de su vida se apagó por completó, Manuel H. Rodríguez dejó de accionar el disparador de su cámara. Los periódicos de la época como “El Espectador” y “El Tiempo”, distinguieron progresivamente su labor que comenzaba a robarse las ‘primeras planas’ con fotos sorprendentes que fueron reconocidas a nivel nacional. Fue entonces, cuando el joven Manuel H. salió del anonimato. Poco a poco y con su cámara manual, se fue haciendo presente entre los personajes de la época: políticos, intelectuales, deportistas y figuras urbanas.

 

A sus estudios llegaron miles de negativos que al ampliarse dejaron ver magníficas fotos, logradas con un “ojo de águila”. El espectáculo taurino fue el primer escenario que tuvo el privilegio de ser registrado con la sensibilidad y la agilidad de Manuel H. En ese escenario de pasión taurina, fueron fotografiadas las figuras del momento. De su sencilla cámara “Rollei Flex”, fueron extraídos legendarios negativos que pasaron por las ‘cubas’ llenas de químicos hasta convertirse en publicaciones que le dieron la vuelta a gran parte del país.

 

Después del auge taurino de mitad de la década de los cuarenta, llegó un sorpresivo acontecimiento que hubo de marcar una huella en la vida de Manuel H. y del país entero: el 9 de abril de 1948, día en que fue asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. La historia patria dio un vuelco y la vida de Manuel H. también. El día que sucedió el asesinato, él contaba con escasos 28 años, una cámara manual, unas cuantas películas en blanco y negro y la valentía de un reportero gráfico en ascenso.

 

A la 1:05 p.m. del 9 de abril, sobre la Carrera Séptima con Avenida Jiménez, tres disparos fulminantes le arrebataron la vida a Jorge Eliécer Gaitán. Allí estuvo Manuel H., arriesgando su vida. En los momentos que Bogotá se desplomaba acogiendo a la turba enfurecida por el asesinato de Gaitán, Manuel H. realizó tomas que se hicieron legendarias como un fiel registro histórico; entre ellas, la famosa foto del tranvía incendiado en la Plaza de Bolívar y las fotos de la Calle 15 como él mismo lo afirma.

 

Con una magna lucidez y un tono de voz amable, Manuel H. recapituló qué pasó el 9 de abril mientras perdía su mirada gris, algunos días antes de que falleciera. “Bueno, lo que pasa es que para el 9 de abril había una zozobra política; había mucho muerto por la política del gobierno que era conservador. Había mucho muerto por ser liberal o por ser conservador. Jorge Eliécer Gaitán era un líder popular, de manera pues que dentro de las circunstancias, la gente estaba resentida. Al matar a Gaitán, la gente ‘explotó lo que tenía guardado’ en una forma irregular, quemando iglesias, quemando todo”.

 

Después del magnicidio, las imágenes que logró Manuel H. le dieron la vuelta al país. Con su particular acento santafereño, recuerda haber fotografiado en el cementerio al único cadáver desnudo y destrozado por la turba: era el cuerpo de Juan Roa Sierra. En medio del caos, Manuel H. retrató a la muerte y a su vez le huyó.

 

Se declaró bogotano de corazón, nacido en la calle 26 con carrera 13, lugar desde donde vio cómo se transformó la ciudad. En la juventud de Manuel H., Bogotá fue una ciudad fría y elegante, donde el cielo se tornaba plomizo y bajo él desfilaban cientos de “rolos” con traje negro, bastón, gabardina y sombrero. Como él mismo afirmó, Bogotá es ahora una ciudad caliente donde la gente se viste de camiseta. Manuel H. contó con nostalgia que “Bogotá era una ciudad capital, pero chica. A raíz del 9 de abril, comenzó a venir gente de provincia y la ciudad cambió fundamentalmente al cabo de cuarenta años o sesenta”.

 

Después de la nefasta época de la Violencia en Colombia, Manuel H. estuvo vinculado a varios medios escritos. Durante la “época dorada del fútbol”, como él mismo lo llamó, siguió abriendo camino a punta de accionar el obturador de modo infalible. Las grandes figuras extranjeras y nacionales del fútbol de la década del cincuenta y del sesenta, fueron captados por la “Rollei Flex” de Manuel H. Jugadores de origen uruguayo, argentino e incluso paraguayo, fueron fotografiados en grandes hazañas que marcaron la historia de los primeros equipos nacionales de fútbol.

 

En medio de la vida política y social de Colombia estuvo presente el oportuno lente de Rodríguez. Candidatos presidenciales, presidentes, políticos y personajes de alta sociedad, permanecen en su legendario registro fotográfico aproximado a unos 510.000 negativos en blanco y negro, y otros 100.000 a color. Su hija, es la encargada de mantener con mucha dedicación el orden de un registro fotográfico vital para la historia patria.

 

Manuel H. en todo lugar fue bien recibido. Personas de clase alta o de clase popular, lo reconocieron y de inmediato quisieron ser fotografiados la mayor cantidad de veces posible. Manuel dijo que el oficio no dio plata, pero sí le dio una inmensa satisfacción que siempre denotó en una sonrisa amplia y en una lucidez extraordinaria. La memoria de Manuel H, quedará como una fotografía fija, en el recuerdo de los bogotanos, quienes se deleitaron con la sensibilidad artística del fotógrafo con más historia del arte colombiano.

 

Una radiola que se niega a morir

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009
Radiola

Dial de una radiola Crosley de los años 30.

Esta radiola Crosley de los años 30 que se encuentra en el Museo Art Decó de Bogotá y que funciona con tubos, se niega a morir con el paso de los años. Las emisoras en AM, aún se escuchan con buena fidelidad.

En este link, se puede ver la radiola y escuchar el sonido radial de la época fusionado con los programas modernos:

http://www.youtube.com/watch?v=jBjSgM8EEw4

Un poco de son en la Habana Vieja

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009
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Plaza Vieja, ubicada en el centro de la Habana Vieja.

Este es un fragmento de música típica  interpretada por uno de los tantos grupos musicales que tocan en la Habana Vieja en bares, restaurantes y lugares a los que asisten miles de turistas al año.

Este es el link para escuchar un poco de son:

http://www.youtube.com/watch?v=DHXNRowawbQ

Recordando a un gamín muy querido

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009
Copetín

Fragmento de Copetín, dibujado por Ernesto Franco.

 En las calles bogotanas de la década del sesenta, nació un personaje singular: es ‘Copetín’, el gamín creado por el dibujante y artista bogotano Ernesto Franco. Al lado de su simpática pandilla formada por ‘Carecaucho’, ‘Miss Universo’, ‘Querubina’, ‘Cala-Vera’, ‘Bombardina’ y ‘Pepa e’ guama’, ‘Copetín’ se quedó en la mente de quienes lo vieron aparecer en el periódico El Tiempo por 30 años y también en El Espectador por año y medio.

En el imaginario colectivo bogotano de los sesenta, el gamín fue un hombre sucio, agresivo, peligroso y mañoso. Pero ‘Copetín’ fue diferente: era el reflejo de un niño de la calle que inspiró a Ernesto Franco a dibujar la tira cómica que lo haría conocer a través de los medios. La imagen de un niño mono, un poco barrigón y con la ropa raída movió la pluma de Franco untada de tinta china a mezclar elementos de simpatía, travesura, ternura, y un buen humor traído de la calle.

El “hábitat” de ‘Copetín’ fue el centro de una ciudad que crecía a pasos agigantados. Cuando aún el monumento de La Rebeca tenía agua, él se “bañaba” cuando podía. Si la helada noche bogotana lo atrapaba en algún rincón del caótico centro, cualquier calle podía ser su refugio.

Eran las vivencias de la calle puestas con humor en cada viñeta; era la jerga de ese mundo desconocido por muchos y hecha tira cómica. El humor fino e irónico de ‘Copetín’ sacado de los “chinos” bogotanos que andaban por el centro, se convirtió en un motivo de recordación para los lectores. Siempre, algún dicho de ‘Copetín’ quedaba sonando.

Ernesto Franco se llenaba de ideas al conversar con sus amigos y al oír la jerga de los gamines bogotanos; el material para los diálogos de ‘Copetín’ parecía ser interminable y lleno de fino sarcasmo. Cuando la tira cómica salió por primera vez en el diario El Tiempo, fue bien recibida por el público; sin embargo, las críticas aseguraban que la historieta de Franco era grosera. A pesar de todo, a algunos lectores de esa generación les quedaron dichos como este: “Con cheque, no señor”.

Paralelos a ‘Copetín’, surgieron en la década del sesenta otros personajes creados por dibujantes de historietas como Jorge Peña, Carlos Garzón, Uriel Misas y José Erazo Osorio. Un ejemplo de este fenómeno, fue el popular cacique Calarcá creado por Jorge Peña y publicado en el diario El Tiempo.

De la pluma de Peña, nacieron junto al cacique Calarcá personajes como El Hombre Nuclear, Kike (tira cómica educativa para niños), Makú (personaje indígena que aventura en las selvas amazónicas) y Tukano (un indígena que llegó de la selva amazónica a la capital por accidente). Muchas de estas historietas fueron publicadas en Los Monos, desaparecida sección de tiras cómicas de El Espectador.

Después de casi 30 años de humor fino y jocosidad, el gamincito bogotano que se “codeó” con otros personajes dibujados, que fue catalogado como el “cómic estrella” a nivel nacional y que causó simpatía y recordación, ya no estuvo más entre los lectores ni en las tiras cómicas de El Tiempo; una decisión editorial no dejó que ‘Copetín’ se despidiera.

Fue un adiós inesperado que tuvo que asumir Ernesto Franco quien luego pasó a dibujar un segmento ubicado junto a las tiras cómicas, bautizado ‘Jeroglíficos’. Muchos habrán olvidado al gamín insignia de los cómics en Colombia; sin embargo, aquellos que pertenecieron a esa generación de ‘Copetín’ aún buscan con nostalgia entre recortes de prensa las ocurrencias del maestro Franco.

Bogotá se llenó de cine

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

Afiche de la XXVII edición del Festival de cine de Bogotá. Con la participación de películas de 32 países ubicadas en 10 categorías, el público capitalino conocerá nuevas propuestas cinematográficas.

Con India, como invitado especial de este año, la capital comenzó el primero de octubre su XXVI edición del Festival de Cine de Bogotá. La India entró pisando fuerte con la cinta Taare Zamen del director hindú Aamir Khan.

Desde “Bollywood” –Mumbai, llegaron a Colombia nuevas propuestas que incluyen lo mejor de la danza, la poesía, el drama y la música. “En buena parte de las películas de la India cantan y bailan. Son cosas que en el cine de occidente no se ven. En el cine de ‘Bollywood’ es una constante”, afirmó el productor de cine Alejandro Prieto. “Todo lo que llegue de la India, siempre va a ser novedad porque acá nunca se ve nada. Hay mucho potencial en ese cine para aprender y conocer”, aseguró el crítico de cine y periodista Mauricio Laurens.

“La industria cinematográfica en la India es muy fuerte; es un país muy grande que tiene una población que consume cine y no necesitan hacer películas en inglés para salir a otros mercados”, afirmó Laurens. Las cifras demostraron que sólo durante el 2007, la India produjo más de 1.100 películas gracias a una gran diversidad cultural que se hace más fuerte en un país que cada día se proyecta ante el mundo.

En el Festival de Cine de Bogotá -que desde 1984 comenzó como una propuesta para premiar el cine colombiano-, serán proyectadas 132 películas de 32 países en categorías como: Festival de video, Muestra de Cine digital, Muestra de cortometrajes, Premio Alexis, Documental sobre el medio ambiente, Muestra de cine infantil entre otros.

El cine latinoamericano también entró al ruedo con propuestas como La teta asustada, de la directora peruana Claudia Llosa. Además, de países como Chile, México, Canadá, España, Alemania, Dinamarca y Suecia llegaron con novedades.

Por Colombia, hay participación de películas como Flashback -que será presentada en el Festival de Cine de Terror-, El man, Nochebuena y La voz de las alas.  Aparte de las propuestas vistas en el Festival, “a final de este mes van a estrenar La sangre y la lluvia que le fue muy bien en el Festival de Cine de Venecia. Podría ser la película colombiana más interesante de la última década”, aseguró Prieto.

Museo Art Decó: un viaje al pasado

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

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                                                                    Radiola Crosley de la década del 30.

En medio de edificios grisáceos, de iglesias legendarias y de calles históricas ancladas al centro de la ciudad, está una de las piezas museológicas más especiales de Bogotá e incluso de Suramérica. Se trata del Museo Art Decó que abrió sus puertas al público hace tres años bajo la iniciativa de Carlos Alberto González, un apasionado coleccionista que en un apartamento de 300 metros cuadrados -construido en la década del 30- estableció el Museo.

Tan sólo al estar de pie en la una sala del Museo amoblada con piezas Art Decó hechas en Colombia, da la impresión de retroceder 80 años en el tiempo. Es imaginarse a Carlos Gardel o a Marlene Dietrich fumando un cigarrillo en uno de los sofás rodeados con finas porcelanas y lámparas de la época.

 El Art Decó a grandes rasgos puede definirse como un estilo decorativo que floreció durante el periodo de entreguerras (1918-1939) y está caracterizado por una tendencia ornamental antecedida por el Art Noveau. “Cuando yo hablo del Art Decó hablo más de una época que de un estilo”, asegura Carlos Alberto González, fundador del Museo. Cada rincón de esta pieza museológica, quiere mostrar los objetos Art Decó que estuvieron en el país durante el periodo de entreguerras. “Me interesan los objetos que vivieron y habitaron Colombia en su momento”, aseguró González.

 El Museo, fue el resultado no sólo de una ardua búsqueda de piezas hecha por González a lo largo de treinta años, sino de un llamado afectivo hecho por los recuerdos de la familia De Greiff proveniente de Suecia de la cual es descendiente. Además, para González el Museo refleja en parte su personalidad basada en la simplicidad y en la precisión. El mercado de San Telmo en Buenos Aires, el “pulguero” de París, el Rastro de Londres y el mercado de las pulgas de Bogotá han sido algunos de los lugares en los que Carlos ha buscado objetos para su colección.   

Cada rincón del apartamento tiene un sentido. Existe una sala de estar amoblada por sofás Art Decó hechos en Colombia. Allí, también existen vitrinas con perfumeros de la época, cigarreras, finas porcelanas de animales con delicados acabados y cuadros que evocan el recuerdo del arte surgido en la época de entreguerras.

En otro espacio cercano a la sala, existen fotografías de mujeres desnudas -que datan de la década del treinta-, caricaturas y apuntes, muñecas y animales de porcelana. Junto a esta sala, está el comedor en donde se encuentran juegos de té, valiosas piezas de recipientes en plata y aleación y vajillas pintadas en tonos pastel.

Existe un salón muy particular que es el de los aparatos eléctricos. Allí reposan intactos radios General Electric, Westinghouse, RCA entre otros. Además, están los tocadiscos con los pesados Long Play de la época producidos por RCA Víctor que aún conservan sus estuches en papel periódico. Una sola canción sonaba en la victrola por cada lado del disco.

Al caminar por un pasillo construido con una fina madera, se encuentra una habitación con un peinador de la época que hace juego con un inmenso armario de formas curvas y con una cama perfectamente tendida contigua a una mesa de noche. Todo hace retroceder en el tiempo. Implementos de la época como bálsamos, peines finos y espejos de mano, adornan el tocador y el interior del gran armario brillante y curvo.  

Los corredores del Museo están llenos de arte. En las paredes, están expuestos dibujos en carboncillo hechos por artistas nacionales y extranjeros que vivieron el periodo de entreguerras. En los rincones de los pasillos, hay vitrinas con relojes de la época que destacan formas geométricas evidentes y que se asocian al igual que muchos objetos a una estética propuesta por decoradores franceses, alemanes y en general europeos. Contigua a la alcoba, hay una habitación donde reposan cámaras de finales de la década del veinte, dos triciclos rojos con ruedas blancas, teléfonos de rasgos Art Decó y libros con escritos que tienen casi 80 años.

Cada pieza tuvo una historia especial, como por ejemplo un radio azul de cristal del decenio del treinta que González intentó comprar y luego lo encontró en una feria de antigüedades. Allí pagó 20 veces más del valor real. Otra historia es la de una vajilla comprada en París que fue propiedad de la familia De Greiff. “Decir cuál es el objeto más valioso para una persona tan apasionada y tan enamorada de sus objetos es muy difícil”, dijo Carlos González mientras miraba algunos fruteros de vidrio del más puro estilo Art Decó que reposan sobre la pesada mesa del comedor.

Algunos visitantes al Museo le han propuesto a Carlos que les venda algunas de las piezas de su colección. Él se ha negado de manera rotunda y asegura que es una gran ofensa hablar de negocios en relación al Museo. “La colección nunca la he mirado pensando en el tema económico sino mirando los valores plásticos y estéticos”, dijo González.

La gran pasión y afición de Carlos Alberto González ha sido su Museo a pesar de trabajar como galerista y gestor cultural durante los años ochenta y noventa. “Sencillamente mi interés –y por eso hice el Museo-, es que la gente cuide el pasado, cuide los objetos, tenga sentido de pertenencia y conserve esta memoria”, aseguró González.

Para el fundador de esta particular pieza museológica, lo más difícil en el tema de la cultura es el mantenimiento y la obtención de recursos. Sin embargo, González dice que “el Museo es un proyecto auto sostenible”.

Han pasado más de ocho decenios y las tendencias en el arte se han modificado de manera radical. Sin embargo, el Art Decó se niega a desaparecer y los diseñadores actuales conservan sus líneas. “No hay duda que el Decó todavía vive, lógicamente con ciertas variaciones en sus materiales”, asegura González.

De paso por la Habana Vieja

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

Tocando son en la Habana Vieja.

Conjunto de son cubano tocando cerca a la catedral de La Habana.

Las calles de La Habana, sin importar el sector, saben a una extraña nostalgia de colorida barriada con la que el visitante se contagia. Desde el piso 15 del hotel Riviera se ve la famosa Avenida Malecón y las desvencijadas fachadas de algunos edificios del sector hotelero y residencial de El Vedado, ubicado a 6 kilómetros de la Habana Vieja. San Cristóbal de La Habana, como fue bautizada por sus fundadores en 1515, muestra todos los días su resistencia al paso de los años.

A las nueve de la mañana de un viernes, salí del hotel Riviera en el sector de El Vedado y abordé un taxi que me llevó a La Habana Vieja por 6 pesos cubanos convertibles; unos 15 mil pesos colombianos. Para llegar a la parte más antigua de La Habana, hay que tomar toda la famosa Avenida Malecón que está rodeada por mar. A lo largo del recorrido, las mezclas de estilos arquitectónicos saltan a la vista. Se fusiona lo barroco, lo colonial, el estilo neoclásico y toda la herencia de balcones españoles y franceses. Las fachadas de grandes ventanales, están corroídas por la sal marina y por estar en pie durante más de 150 años.

Por las calles aledañas a la Avenida, abundan grandes carros particulares de la década del 40 y del 50 que sobreviven gracias al ingenio de los mecánicos cubanos que son unos de los mejores en el mundo. Son viejos carros de marcas como Chevrolet, Ford, Dodge, Plymouth, Buick entre otros, que llegaron a la isla desde Estados Unidos e incluso desde Europa antes de 1960.  

Al viajar por la Avenida Malecón, hay cosas curiosas como la tribuna antiimperialista situada en frente de un edificio del gobierno estadounidense. Son 50 banderas negras que conmemoran medio siglo de la Revolución Cubana. Para llegar a la Habana Vieja, hay que pasar por el lado de un histórico sector llamado Centro Habana donde se encuentra el Capitolio Nacional.

Al continuar por la Avenida, al otro lado de la bahía se ve un fuerte que es herencia del siglo XVII y de toda la época en la que los grandes corsarios piratas hacían memorables asaltos. Entrando a la Habana Vieja, el taxista me dice que si me deja en el mercado artesanal cercano al colonial Seminario San Carlos. Le dije que sí, le pagué y quedé listo para comenzar a caminar con una desactualizada guía turística que no sirvió de mayor cosa. Son las 9 y media de la mañana y comienza a sentirse un intenso calor.

Aunque es temprano, en el mercado que está contiguo a los restos de la antigua muralla, abundan turistas canadienses, italianos, españoles, alemanes y latinos. Los corredores son estrechos y la gente camina despacio. Hay de todo para mirar y comprar en el mercado: bailarinas en madera, instrumentos musicales, lienzos pintados por artistas locales, carros en madera, cofres, sombreros, camisetas entre otras cosas. Todos los comerciantes ofrecen sus productos mientras suena un guaguancó que se escapa de un viejo equipo de sonido.

A las diez y media de la mañana, debajo de las lonas del mercado se sentían más de 30 grados centígrados. Ya había comprado algunas cosas para llevar a Colombia. En seguida, decidí salir del mercado y empezar a vagar por las calles de asfalto caliente. Al ver la Habana Vieja en mis narices, me di cuenta que no era como la pintaban en las fotos. Eso me hizo sentir mejor.

Empecé a andar con la cámara en la mano y a ver grandes joyas arquitectónicas como el Seminario San Carlos y el Castillo de la Real Fuerza. Es increíble cómo puede convivir un castillo del siglo XVII con un edificio de influencia francesa construido en mitad del siglo XIX. Las fachadas de los edificios del siglo antepasado, no tienen un color claro. Las paredes se han ido descascarando con el paso de los años y los habitantes de la Habana Vieja no tienen dinero para pintarlas.

Al pasar por las angostas aceras, miré al interior de los edificios y me encontré con grandes zaguanes de aspecto lúgubre y techos altos. En las puertas de los edificios y en las aceras, estaban jugando los niños o estaban hablando los viejos mientras fumaban un cigarrillo de marca Popular.

Las calles son estrechas y no se identifican por números sino por una infinidad de nombres como Calle de los Oficios, Bulevar Obispo, Calle Cuba entre otros. En los balcones de edificios de cuatro o cinco pisos, las amas de casa cuelgan todos los días cientos de prendas que ondean con el viento que sopla al medio día.

Seguí caminando con una botella de agua en la mano y tomando fotos sin detenerme mientras las calles sabían a música cubana que se escuchaba a lo lejos. Las fachadas de la Habana Vieja, transmitían ese olvido mágico que no se desliga de una evidente pobreza. Sin embargo, el hecho de tener poco no implica que los habitantes de la Habana Vieja tuvieran sucias sus calles.

Mientras caminaba buscando señalización, algunos cubanos que me pedían monedas me preguntaban si yo era mexicano y me decían que les regalara algo de comer para sus niños o una prenda de vestir usada. Yo les daba unos cuantos pesos, aclaraba que soy colombiano y les preguntaba por sitios turísticos de renombre. Me indicaron cómo llegar a la catedral de La Habana y seguí mi recorrido. Fotografié carros antiguos, fachadas curiosas de edificios, iglesias, cruces de calles. El calor del medio día hacía duro el camino. Sin embargo, quise caminar para tener en mis narices esa histórica catedral que lucía tan imponente en las guías turísticas.

En medio de las angostas aceras seguí mirando a los cubanos, tratando de entender sus expresiones. En plena calle, vi una barbería tradicional y me detuve a mirar cómo afeitaban a un hombre con una auténtica navaja antigua. El barbero era cuidadoso en sus movimientos y el cliente no se atrevía a moverse. 

Cuando llegué a la catedral, encontré esa parte de La Habana Vieja que se ve en las fotos. La fachada de la gran iglesia estaba en perfectas condiciones al igual que las construcciones aledañas. La plaza contigua a la iglesia estaba llena de música. Me acerqué a mirar a un grupo que tocaba en un gran corredor decorado por columnas y arcos. Un son pegajoso atraía a los turistas que pasaban a esa hora de calor insoportable. Me alejé unos pasos y en una calle cercana a la iglesia, encontré el famoso bar La Bodeguita del Medio.

Al viajar por la Avenida Malecón, hay cosas curiosas como la tribuna antiimperialista situada en frente de un edificio del gobierno estadounidense. Son 50 banderas negras que conmemoran medio siglo de la Revolución Cubana. Para llegar a la Habana Vieja, hay que pasar por el lado de un histórico sector llamado Centro Habana donde se encuentra el Capitolio Nacional.

 

Al continuar por la Avenida, al otro lado de la bahía se ve un fuerte que es herencia del siglo XVII y de toda la época en la que los grandes corsarios piratas hacían memorables asaltos. Entrando a la Habana Vieja, el taxista me dice que si me deja en el mercado artesanal cercano al colonial Seminario San Carlos. Le dije que sí, le pagué y quedé listo para comenzar a caminar con una desactualizada guía turística que no sirvió de mayor cosa. Son las 9 y media de la mañana y comienza a sentirse un intenso calor.

 

Aunque es temprano, en el mercado que está contiguo a los restos de la antigua muralla, abundan turistas canadienses, italianos, españoles, alemanes y latinos. Los corredores son estrechos y la gente camina despacio. Hay de todo para mirar y comprar en el mercado: bailarinas en madera, instrumentos musicales, lienzos pintados por artistas locales, carros en madera, cofres, sombreros, camisetas entre otras cosas. Todos los comerciantes ofrecen sus productos mientras suena un guaguancó que se escapa de un viejo equipo de sonido.

A las diez y media de la mañana, debajo de las lonas del mercado se sentían más de 30 grados centígrados. Ya había comprado algunas cosas para llevar a Colombia. En seguida, decidí salir del mercado y empezar a vagar por las calles de asfalto caliente. Al ver la Habana Vieja en mis narices, me di cuenta que no era como la pintaban en las fotos. Eso me hizo sentir mejor.

Empecé a andar con la cámara en la mano y a ver grandes joyas arquitectónicas como el Seminario San Carlos y el Castillo de la Real Fuerza. Es increíble cómo puede convivir un castillo del siglo XVII con un edificio de influencia francesa construido en mitad del siglo XIX. Las fachadas de los edificios del siglo antepasado, no tienen un color claro. Las paredes se han ido descascarando con el paso de los años y los habitantes de la Habana Vieja no tienen dinero para pintarlas.

Al pasar por las angostas aceras, miré al interior de los edificios y me encontré con grandes zaguanes de aspecto lúgubre y techos altos. En las puertas de los edificios y en las aceras, estaban jugando los niños o estaban hablando los viejos mientras fumaban un cigarrillo de marca Popular.

Las calles son estrechas y no se identifican por números sino por una infinidad de nombres como Calle de los Oficios, Bulevar Obispo, Calle Cuba entre otros. En los balcones de edificios de cuatro o cinco pisos, las amas de casa cuelgan todos los días cientos de prendas que ondean con el viento que sopla al medio día.

Seguí caminando con una botella de agua en la mano y tomando fotos sin detenerme mientras las calles sabían a música cubana que se escuchaba a lo lejos. Las fachadas de la Habana Vieja, transmitían ese olvido mágico que no se desliga de una evidente pobreza. Sin embargo, el hecho de tener poco no implica que los habitantes de la Habana Vieja tuvieran sucias sus calles.

Mientras caminaba buscando señalización, algunos cubanos que me pedían monedas me preguntaban si yo era mexicano y me decían que les regalara algo de comer para sus niños o una prenda de vestir usada. Yo les daba unos cuantos pesos, aclaraba que soy colombiano y les preguntaba por sitios turísticos de renombre. Me indicaron cómo llegar a la catedral de La Habana y seguí mi recorrido. Fotografié carros antiguos, fachadas curiosas de edificios, iglesias, cruces de calles. El calor del medio día hacía duro el camino. Sin embargo, quise caminar para tener en mis narices esa histórica catedral que lucía tan imponente en las guías turísticas.

En medio de las angostas aceras seguí mirando a los cubanos, tratando de entender sus expresiones. En plena calle, vi una barbería tradicional y me detuve a mirar cómo afeitaban a un hombre con una auténtica navaja antigua. El barbero era cuidadoso en sus movimientos y el cliente no se atrevía a moverse. 

Cuando llegué a la catedral, encontré esa parte de La Habana Vieja que se ve en las fotos. La fachada de la gran iglesia estaba en perfectas condiciones al igual que las construcciones aledañas. La plaza contigua a la iglesia estaba llena de música. Me acerqué a mirar a un grupo que tocaba en un gran corredor decorado por columnas y arcos. Un son pegajoso atraía a los turistas que pasaban a esa hora de calor insoportable. Me alejé unos pasos y en una calle cercana a la iglesia, encontré el famoso bar La Bodeguita del Medio.

Cuando vi el letrero de La Bodeguita, me fui a mirar qué era lo que la hacía tan famosa. Entré y un grupo de son tocaba un tema de Buenavista. Quedé sorprendido al saber que allí mismo habían estado Salvador Allende, Ernest Hemingway, Mario Moreno “Cantinflas”, Compay Segundo, Mario Benedetti, Robert De Niro, entre otros famosos.

Me sentí a gusto en un local adornado con ventiladores antiguos y con las paredes tan llenas de firmas de los visitantes que no cabía ni una más. Pedí un mojito, que es un coctel cubano típico preparado con ron blanco, soda, yerbabuena, limón, hielo y azúcar. El son cubano que rompía el sopor del medio día en La Bodeguita daba ganas de bailar o de marcar el compás con el pie.

Una cosa es estar como turista y otra pasar el día en la calle buscando cómo sobrevivir. Al salir de La Bodeguita, encontré a un músico ciego llamado Gabriel interpretando una guajira con su guitarra. No sólo el color de su voz me sorprendió; me cautivó la manera de tocar. Me detuve a escucharlo y me dejé llevar por esa naturalidad musical propia de la isla. Las calles de la Habana Vieja sabían a música y allí se recordaban a artistas como el bárbaro del ritmo Benny Moré, Compay Segundo, Elíades Ochoa entre otros.

Caminé un buen rato de acuerdo a lo que conocía en mapas de La Habana Vieja. Los niños jugaban en las calles mientras el calor de la una de la tarde me sofocaba pese a haber bebido un mojito. Entré a una iglesia llamada San Francisco construida en el siglo XIX a descansar un poco; era muy parecida a la catedral. Luego salí y continué por la calle Cuba fotografiando bonitos balcones con materas y sábanas blancas extendidas. Caminé buscando un lugar histórico llamado Plaza Vieja donde se encuentran joyas arquitectónicas de influencia europea que datan del siglo XIX. En ese lugar, todos los edificios fueron perfectamente restaurados.

A la una y media de la tarde, La Habana estaba a 35 grados centígrados. Ya era hora de comer. Por diez pesos cubanos convertibles, (unos 25 mil pesos colombianos), almorcé en un auténtico restaurante cubano invadido de turistas. Qué bueno fue disfrutar de un plato de arroz congrí con frijol negro y carne de cerdo apanada al mejor estilo cubano. Mientras comía, volvió a aparecer la música de un rincón. Llegó un grupo formado por contrabajo, tres cubano, guitarra, congas, bongó, trompeta, claves y maracas. El sabor del son, del bolero, la guaracha y el danzón llenó el lugar de nostalgia y de ese aliento cubano inconfundible.

Después de un rato de buena música, pagué la cuenta y me fui a seguir mi recorrido. Caminé por bonitos bulevares donde los balcones de las casas estaban adornados por floridas materas. Llegué a una plazoleta llamada San Francisco donde grandes edificios de rasgos ingleses y europeos se conservan en perfectas condiciones. En seguida, tomé la Calle Obispo para encontrar un bulevar donde está un hotel inglés del siglo XIX. Luego pasé por la Calle de los oficios donde queda el Museo Antiguomotriz de La Habana en el que se encuentran autos de comienzos de siglo XX que fueron traídos de Europa y Estados Unidos.

Seguí caminando por la calle Obispo y en un parque cercano vi a un músico con una guitarra de doble puente. Me llamó la atención y me acerqué. Cuando le pregunté al hombre por su invento, me explicó que el instrumento era un híbrido entre un tres cubano y las últimas tres cuerdas de una guitarra. Él me preguntó por mi nacionalidad. Cuando le dije que soy colombiano, empezó a tocar un fragmento de un bambuco que dice: “Que me voy a morir, que me muero de amor….que me muero de amor por las colombianas”. Me sorprendió bastante que me tocaran un bambuco en La Habana.

Más adelante mientras vagaba con mucha curiosidad por la calle Obispo, encontré a un hombre que pintaba dos cuadros al tiempo mientras bailaba al compás del reggaetón y del merengue dominicano. Era un mulato que creaba paisajes en cuestión de segundos al bailar de manera frenética con el pincel en una mano y la paleta de colores en la otra. La gente se agolpaba a verlo bajo el sol de las 3 de la tarde.

Caminé un largo rato en medio del tumulto y del comercio en cada esquina. Andando y andando, llegué a un gran edificio que reunía lo mejor del estilo neoclásico y del barroco. Junto a esta gran construcción encontré un bar famoso llamado El Floridita que es la cuna del famoso coctel de fresa daiquirí. Ernest Hemingway era fiel cliente de este lugar cuando vivía en La Habana. A eso de las cinco de la tarde, la temperatura ya había bajado un poco y debajo de los árboles de los parques corría un aire más fresco. Miré el reloj y vi que era hora de regresar al hotel por culpa de una diligencia relacionada con el regreso a Colombia.

La verdad, el tiempo no fue suficiente para descubrir cada rincón de La Habana Vieja que esconde años enteros de historia y de cultura. A pesar de la desesperanza y de la complicada lucha diaria del pueblo cubano, las calles están llenas de música contagiosa, se respira un aire limpio y la gente busca ser feliz. La Habana Vieja sabe a nostalgia, y es todo un privilegio caminar por sus rincones más íntimos que perduran a pesar del abandono.

 

 

Rayando los límites de una forma nueva de hacer cine

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

La pasión de Gabriel 

Andrés Parra interpretando al padre Gabriel, en la cinta colombiana La pasión de Gabriel

El cine colombiano parece estar en un estado de transición. Las últimas producciones marcan una tendencia hacia mostrar no sólo un contenido distinto al del narcotráfico y violencia en el país, sino que cada vez las cintas muestran más calidad en cuanto a las imágenes. Sin embargo, para los productores, realizadores y  guionistas sigue siendo toda una hazaña alejarse de estos temas cliché, a la hora de pensar en nuevas creaciones.

 Películas como la Pasión de Gabriel, estrenada en el mes de agosto, El ángel del acordeón, Los viajes del viento y Paraíso Travel, comienzan a demarcar una nueva forma de hacer cine en Colombia. Las producciones en las que los protagonistas son mulas, narcos, guerrilleros, paras, prostitutas y asesinos parecen alejarse paulatinamente de la pantalla grande del país; para los realizadores del cine colombiano se está convirtiendo mucho más valioso reflejar de forma distinta la idiosincrasia y cultura de la nación, a través de contenidos con temáticas diferentes.

Los analistas del cine colombiano opinan que las producciones que están surgiendo de la industria cinematográfica en el país, muestran una tendencia nueva hacia representar otro tipo de imágenes de lo que es cultura de Colombia, lo que se ha constituido paulatinamente  en el inicio de un proceso de transformación de contenidos, y la continuación de una evolución que ya se venía marcando desde el año 2001 con filmes como Kalibre 35 y Pena máxima, que tiene que ver con la calidad de la imagen y de la producción misma.

Para Fernando Mena productor de cine y televisión de la Universidad Nacional, los filmes colombianos se han vuelto monotemáticos y predecibles, ya que gran parte de ellos hablan de violencia y narcotráfico, sin embargo, cree que en cuanto a producción, las películas son impecables: “en aspectos técnicos el cine colombiano ha pasado a ser uno de los más avanzados de Latinoamérica; las imágenes son muy bien logradas, así como las historias muy bien desarrolladas, lo que hay que empezar a cambiar y corregir en la industria del cine en nuestro país, son los contenidos que ya están bastante saturados. Por suerte filmes como La Pasión de Gabriel y Los viajes del viento tienen una nueva propuesta que sirve de ejemplo para las próximas producciones”.

Sin embargo, más allá de la intención de los nuevos productores de innovar con temas distintos, la polémica sobre si se debe o no cambiar los contenidos de las historias sigue en vilo. Mientras la misma industria presiona para que se sigan haciendo producciones con temas de narcotráfico y violencia, con el argumento de que es la realidad del país y de que son mucho más atractivas para el mercado internacional, los expertos, realizadores y el mismo público considera que sí es necesario desarrollar otro tipo de temáticas a través de historias y producciones muy bien trabajadas.

Según Consuelo Cepeda, periodista, analista de medios y defensora del televidente del canal RCN, “el cine colombiano se ha convertido en más de lo mismo, pero como a la industria le conviene porque las historias de sexo, drogas y violencia venden, va a ser difícil que los contenidos varíen demasiado. Por ello pese a que los productores se hayan dado cuenta que está bien crear cosas nuevas, la industria va a seguir buscando producir este tipo de rodajes para que sean vendidas al exterior”.

Y es que la cantidad de películas sobre narcotráfico, violencia, miseria y prostitución en Colombia dejan mucho qué decir. Según cifras del Ministerio de Cultura, se han producido 18 largometrajes sobre estos temas desde el año 2000.

Alejandro Durán, también productor de cine y televisión de la Universidad Nacional considera pertinente que se hable de temas como narcotráfico y violencia en el cine colombiano, puesto que es la realidad del país, además asegura que el productor de cine siempre debe tener en cuenta de que si ese tipo de películas son rentables, la inversión que se hace para la hora se re embolsará y se duplicará: “Yo pienso en el cine más como en negocio que como en arte; obviamente lo ideal sería que a través del arte se obtuvieran réditos económicos, pero yo no creo que una película sobre narcotráfico, sexo y violencia, sea muy artística”.

Para Durán, si nuevas producciones con otro tipo de contenidos logran tener un éxito tan grande en el mercado internacional como el que tienen las películas de traquetos y mulas, la industria estaría dando un paso importantísimo para encontrar un formula que así como sea innovadora, sea rentable.

El reto es entonces para los productores, la industria del cine en Colombia y para el Ministerio de la Cultura en la creación de nuevas estrategias, a fin de que los contenidos de las producciones que vienen tengan otro tipo de connotaciones e historias. Ya algunas películas se han salido de las tramas convencionales, para crear largometrajes innovadores, y con éstas como precedentes, la mesa está servida para que el cine colombiano se introduzca en una nueva etapa, una etapa de prueba y transformación; la clave para el éxito está en la creatividad y profesionalismo de quienes lo realizan, además del apoyo fundamental de la industria, del gobierno y de los grandes gremios económicos.

Dos cadáveres ilustres: recuerdos de Felipe González Toledo sobre el 9 de abril de 1948

Posted in Uncategorized by contrastesurbanos on 29 octubre 2009

La muerte del asesinoCon un cigarrillo Pielroja encendido al filo de la boca, Felipe González Toledo –singular cronista policíaco del decenio del cuarenta-, remataba su cotidiana crónica escrita en su vieja máquina Remington. El mecánico ruido del tecleo en la sala de redacción de El Espectador era algo común y corriente en medio de los afanes de sus colegas. Con un cenicero al lado y con sus dedos en las teclas, González Toledo cerraba su crónica en la que relataba que el doctor Jorge Eliécer Gaitán había defendido al teniente Jesús Cortés, quien asesinó al periodista Eudoro Galarza en la ciudad de Manizales. Resultó insólito que el juez hubiera absuelto al militar por matar a un periodista en defensa del “honor militar”.

A la una de la mañana del 9 de abril de 1948, la tribuna aclamó al doctor Gaitán por la pulcra defensa de su cliente Jesús Cortés; era noticia lo que había sucedido y la sociedad merecía saberlo. Esa fría madrugada, el ‘Negro Gaitán’ regresó tranquilo en su Buick verde a su casa del barrio Teusaquillo.

En medio de la abstracción de González Toledo mientras escribía sobre el triunfo jurídico de Gaitán, llegó a sus oídos una trágica noticia que cambió el rumbo del país: a la 1:05 p.m. del 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. La radio encendida, dijo con vehemencia que el jefe del liberalismo había sido baleado por un policía ‘chulavita’ ordenado por el gobierno de Ospina Pérez. El ruido cesó en la sala de redacción y todos se pusieron alerta. Sin vacilar, González Toledo tomó una de sus tantas libretas de apuntes, escribió unos cuantos garabatos, se puso su sombrero de fieltro gris, su gabardina y salió apresurado de El Espectador que quedaba a tres cuadras del lugar donde había caído Gaitán. Lo acompañaba su colega Luis Elías Rodríguez.

Cuando González salió a la calle, reinó la confusión general. En la acera donde cayó el doctor Gaitán la gente se arremolinó. Un hombre pequeño cuya mueca de terror se hacía cada vez más evidente, había sido encerrado por un dragoneante en la Droguería Granada; era el asesino de Gaitán: Juan Roa Sierra. La turba enfurecida clamaba venganza; querían que el dragoneante y un sargento les entregaran a Roa para hacer justicia por sus propias manos. La gente vociferaba insultos y González Toledo gritaba con una voz débil: “-¡No lo maten, carajo! ¡Déjenlo vivo para esclarecer el crimen!”. Algunas personas, tomaban sus pañuelos para humedecerlos con el rastro que dejó la sangre de Gaitán en la acera. Nadie comprendía nada en esa tarde en la que caía una fría llovizna. La venganza era lo único que quería el pueblo.

En el instante en que cedieron las rejas de la Droguería Granada, Juan Roa Sierra fue presa de emboladores, loteros y de todo el que estaba cerca. Los puños llovían por doquier sumados a miles de patadas que se mezclaban con los más primitivos insultos. Los agentes de la Policía no pudieron detener el furioso linchamiento. Garrotazos, golpes con cajas de embolar y más patadas remataron a Roa quien fue arrastrado por toda la carrera séptima hacia el sur en dirección al Palacio de Nariño. González Toledo y su colega siguieron la mortal golpiza y no supieron en qué momento a Roa Sierra le amarraron dos corbatas al cuello.

No se sabe en qué instante murió el asesino de Gaitán ni cuántos fueron los golpes que le propinaron. Al final del macabro recorrido, el cadáver de Roa conservaba su ropa interior y las dos corbatas a rayas. El rostro estaba deformado por la golpiza y eran notorios gigantescos coágulos. Hombres de la turba gaitanista, se quitaron sus correas, amarraron el cuerpo de las muñecas y lo “crucificaron” en las rejas del Palacio. Un hombre no había podido morir con más dolor pensó González Toledo al recordar.

Después que la pequeña multitud cumplió su cometido de acabar con la vida de Roa Sierra, González Toledo se dirigió a la calle 12 donde quedaba la Clínica Central; allí dejó de existir Gaitán. Los galenos que hicieron los primeros pasos de la autopsia del cadáver del caudillo, no eran médicos legistas especializados en ese tipo de casos; en la Clínica, tampoco estaba el instrumental necesario para la operación según conoció González Toledo tiempo después al hablar con el doctor Yesid Trebert Orozco.  

Esa misma tarde junto a la Clínica Central, un funcionario del Juzgado Permanente de la calle 12 dijo a González Toledo que iban a hacer el levantamiento del cadáver del asesino. De inmediato, el cronista se unió al equipo forense. El cuerpo de Roa Sierra estaba tendido con un capote militar encima y en medio del más completo abandono; la turba seguía mientras tanto saqueando las joyerías, las cigarrerías e incendiando los edificios que encontraba a su paso. Los gaitanistas seguían cayendo a medida que se oía detonar la fusilería del Ejército y de la Policía, que desde puntos impredecibles acababa con la vida de todo aquel que estuviera dentro de un blanco alcanzable.  

Cuando hacían el levantamiento, en un dedo de Roa fue encontrado un anillo con una calavera sobre dos tibias cruzadas fundidas con una herradura. El dactiloscopista tomó de afán las huellas de los magullados dedos; no había tiempo para detenerse a analizar el cuerpo. Los disparos zumbaban sobre la cabeza de González Toledo y de quienes hicieron el “levantamiento” del cadáver que tuvieron que dejar en el mismo lugar. El Ejército y la Policía trataban de recobrar el control de la ciudad a balazos.

González huyó de prisa. Buscó la calle 11 y subió en dirección a la carrera cuarta. Al pasar por la Clínica Central vio a la gente aún esperanzada anhelando que algún médico anunciara que su líder no había muerto. Ya era tarde y tres disparos habían segado la vida de Gaitán. En medio de rostros compungidos y de llantos ineludibles, González Toledo siguió su veloz carrera hacia El Espectador. Tenía que atender a su más inmediato instinto periodístico. Encendió un Pielroja que fumó en el trayecto y miró que nadie lo estuviera siguiendo. Al entrar al Edificio Monserrate, González descansó. De inmediato se quitó su gabardina de color claro, se sentó en frente de su máquina de escribir Remington, organizó sus apuntes e ideas y se dispuso a escribir la que sería la primera crónica de los hechos del 9 de abril sobre el linchamiento del asesino de Gaitán.

El humo de los cigarrillos se mezclaba con el ruido de la máquina de escribir que González Toledo tecleaba a toda velocidad. El original de la crónica estuvo listo a las 3:30 p.m. Por puro instinto, el cronista regresó a la Clínica Central; la multitud seguía abarrotada sobre la calle 12. González, al no ver nada en el momento, regresó al periódico. A las cuatro de la tarde, el doctor Yesid Trebert Orozco anunció a la gente expectante que Gaitán había fallecido y que el cuerpo iba a ser velado en un lugar acordado por la dirección liberal. La noticia llegó a El Espectador en medio de dudas y confusiones pasadas las 4:00 p.m.

González Toledo regresó a la Clínica Central a eso de las cinco de la tarde mientras veía como la ciudad se desmoronaba ante sus pies. Los disturbios no cesaban y de todas partes disparaban. La gente estaba ebria en las calles y en sus manos tenían machetes, palas y varillas que habían robado de ferreterías. La entrada a la Clínica fue fácil para el cronista quien era bien conocido por dirigentes liberales de la época como Darío Echandía.

El cadáver de Gaitán yacía en una cama metálica en el primer piso; su cabeza estaba envuelta en gasa. El rostro de ‘El Negro’ tenía una mueca de ligero dolor; de desamparo. Según el parte médico, a la 1:55 p.m., había dejado de existir el caudillo del pueblo. La imagen del rostro inexpresivo de Gaitán sobrecogió tanto a González que de inmediato salió a fumar un Pielroja al patio trasero. En una de sus libretas quedó este apunte: “La muerte, dueña de todos los dominios del hombre, de la vida, respiración y pasos, ha sellado sus labios para siempre”.

Cuando fueron las seis de la tarde, González Toledo se disponía a regresar al El Espectador. Sin embargo, esa noche le pidieron que sirviera de testigo y mecanógrafo en la autopsia completa de Gaitán. Sin pensarlo dos veces, el cronista se situó junto al equipo médico que dio inicio a la inevitable operación. El cuerpo de ‘El Negro’ fue desnudado sobre la mesa metálica y en seguida un afilado bisturí recorrió su abdomen. Mientras la sangre emergía con lentitud, los doctores procedían a extraer las vísceras en búsqueda de los proyectiles y de su trayectoria. González Toledo escribía bastante nervioso todo lo que los médicos decían. Necesitaba con urgencia un Pielroja.

Un disparo atravesó el hígado de Gaitán entrando por la espalda. Otro, entró por el tórax izquierdo sin saber su rumbo exacto en medio de los afanes; nunca se pudo localizar el proyectil. Eran las 8:30 p.m. y aún no terminaba la autopsia hecha a la luz de la vela; el fluido eléctrico había sido perjudicado por los disturbios. Luego de esto, los médicos procedieron a realizar la trepanación –extracción del cerebro-.  Ya más concentrado, González Toledo no perdió detalle alguno de esta ceremonia de movimientos exactos. Las incisiones fueron precisas y las conclusiones también: un proyectil que había entrado por el occipital, dejó en el hemisferio izquierdo una hendidura de unos cinco centímetros. Luego de la trepanación, cada órgano de Gaitán fue depositado en un frasco de vidrio con alcohol.

A las 10:30 p.m., había terminado la “ceremonia”. Los doctores lucían sudorosos y silenciosos. De inmediato embalsamaron el cadáver del caudillo amortajándolo perfectamente. El doctor Yesid Trebert Orozco guardó los dos proyectiles encontrados. Al terminar su diligencia, González Toledo se dirigió al periódico protegiendo su vida en medio de las calles en las que ya había varios cadáveres tendidos y cientos de incendios que hacían ver a la ciudad como Roma cuando fue incendiada por Nerón. González Toledo y el director del periódico -Guillermo Cano-, subieron a la terraza del Edificio Monserrate a la media noche y desde allí, en medio de las voraces llamaradas hicieron un inventario de los destrozos. Los balazos y los lamentos no dejaban de recorrer las calles.

En relación al fatídico 9 de abril, Felipe González Toledo escribió muchas notas y asumió en pleno la investigación sobre el asesino Roa Sierra. Conoció con qué arma fue asesinado Gaitán y siguió varias pistas que lo llevaron a realizar numerosas hipótesis del magnicidio. Otros personajes fueron claves para comenzar a desentrañar el misterio. Las personas cercanas a Roa dieron numerosas pistas que fueron formando parte de las recordadas crónicas de González Toledo. Hasta el último día en que vivió el famoso cronista policíaco, emergieron de su mente cientos de recuerdos del 9 de abril que se desenterraron de sus amarillentas libretas de apuntes. Muchos interrogantes quedaron pendientes, pero González Toledo fue un apasionado periodista que puso en riesgo su vida por un ideal: la pasión de un periodismo bien hecho.